Exhortación

Author: Alberto J. Salas Oblitas / Etiquetas: ,

Zambulle tu mirada en las sombras
Y no dejes de virar
En dirección a tu muerte blanca
A tu raíz de cierra y cardúmen Volátil
Detesta, el muslo de tu origen,
Aprende a escupir sobre tu carne incinerada
Coacta tu hambre y sufre las meriendas
Como gris felonía De cuervos en fardo
Construye tu nido, a ciegas, con hojas de vidrio
Apelmaza... alambres de bosque
Y crea senderos con tinta Y madera.

Reina sobre ti, embalsa la cordura y finge
Zandalias en tus garras para no volar bajo.

Exprime, la torsura enrevesada y el acordeón torcido
Canta para liberarte de alas y vuelos epifánicos
Mira a tus anchas y de largo cada inserción de tus mandíbulas
...
En el alma de la liebre, arrepiéntela y suprime sus gritos
Con la tortura de un flagelo a cien espinas
Mira y decide tu presa como tú, límpiate y limpia de todo barro
La envergadura de tus huesos, la sanción de tus caries.

Carromato

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Latas y zapatos, ¡Clap!, ¡Permiso! Sucesiones de edificios grises. Agua del canto y carne de verduras inmediatas se asoman a mi rostro. Compresión de los pistones y gesto que anida en los sacos y las bolsas, gesto de lo pesado y difícil de llevar.

Siempre que dicen: “al fondo hay sitio” responde el clapson radiante de inquietud. Lapislázuri en los retrovisores. La señora compró magnetos zooformos que piensan mi niñez como la simple labor del coleccionista. Recuerdos. Mi gris alfajor colgándose pastoso bajo el paladar de las mañanas. Chompas de cuadros y líneas formando paralelas el tráfico. Caramelos ofrecidos a las bocas, cientos de ¡Crunch! virando fastuosos hacia los paneles: “Gran Banda de la Cumbia - 30 de Febrero”…

Las arrugas del anciano contienen minerales que brotan de mis ojos; sus manos resecas, me piden que las tome para ensayar un saludo a cuatro manos: “Buenos días clientela de la urbe”. Pavimento desnudo. Brincos que dan los caballos de fuerza. Brincos que surfean mulanovich los vaches, se desgranan sin junturas, para caer como semilla en el concreto. Desbocado cigüeñal. Frenos de viraje cinco octanos.

Imágenes

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Aderezos, caldera que bulle manteles y tenedores
Color a tarde se saborea de rojo y naranja
Tus ojos cuelgan de los barrotes
Y pasan, en círculo, veloces y agitados
Como terral que te carga de los pies hasta la mesa
Hasta los pisos y platos hondos, profundos
Como el frío de la piel, de las manos en el lavadero
De las manos que danzan juntas como surcidas
A un solo punto.

Gotas de lluvia, aparaguan tus párpados
Observan todo tu giroscopio flotando húmedo
Bajo el silencio nublado y el ombligo que se aparta de ti
Sentándose en la silla con un pelapapas.

Sonríe, el abrazo en tu azotea
Gran abrazo de caimán, oso que gruñe a risotadas
Cuando el angel clava su hoja al herido paso
De diabólicos matices, mientras las capas bailan
Con las serpientes y el fuego de tu boca
Resuenan silbatos en la espalda de la calle. Fin de la fiesta.

Cancha de cemento, bajo las zapatillas blancas
Florecen alegrías ajenas,
Tu lejanía se parece al cactus bastardo que se halla en el jarrón
Al cactus de la sombra azul y fría
Sosegado pinchar de los mosquitos por las mañanas
Tu lejanía se parece al himno nacional de los cactus en maceta
A los anchos gavilanes
O a los crudos caballeros que cargan sus molinos por doquier
Cruces, polladas, aniversarios del globo proyectil o raymis,
El tropel de todos siempre ha de ser algarabía, refundada
Tántas veces como la eternidad y el retorno permiten
Estaciones humanas de risa y tragedia.

El suelo es un metal indisoluble que te deja peinado,
La gomina trasluce tierra y gelatina sobre las hojas
De tu cuaderno
La gelatina, otra vez, enfría, como el cuerpo de un NN
Todavía fresco, vibrante. El tiempo comprobará su simetría
Porque el frío exánime tranquiliza las horas. Tu carácter
Como agua mañanera, carece de carbones
Y sabe a muerte anticipada.

Tu canción es un chasquido que se nutre con tu almorzar, largo, larguísimo
de las nubes como plastilinas que zarpan los mares índigo
Corsario, tu señalar ideas que escapan de tus ojos y llegan a los nimbos
Cúmulos, llamando al silbido amable de los perros. Ladrar del viento acaecido
Y roca como ninguno, hecho exámen aprobatorio.

Trompetas y tambores, cada lunes por los siglos de los siglos
Corbatas gráciles cubiertas de sol y crujientes
Cremoladas como rombos en el cuello.

¿Qué quiere decir “adobo incuyado en tus muelas”?
Qué, sino correr agitando el pelaje con cientos de crías
Amontonadas en tus oídos, tiritando, chupándote la chicha
Del pecho embadurnado con aceite.
Qué, sino la rica cocción dominguera de las faringes
La sonrisa del padre sobre el plato, las palmadas
Rozagantes o la Tía mariscala de la olla.
Qué sino gritar “provecho” con migajas en los labios
Y una sonrisa vacua para el estómago lleno.
¡Provecho!